Gustavo Sirota
Prof. de Historia
Integrante del Área de Comunicación Institucional
Secretaría de Extensión Universitaria y Cultura UNER
Prof. de Historia
Integrante del Área de Comunicación Institucional
Secretaría de Extensión Universitaria y Cultura UNER
Los sucesos de diciembre de 2001 están llamados a ocupar un lugar refundatorio en la historia política y social del país. Argentina era conmovida por una serie de protestas sociales y fenómenos políticos que estremecieron la estabilidad institucional; derribando presidentes y arrasando a su paso con prácticas y discursos institucionalizados por más de una década. Comienza “una transición impactante desde el reclamo de derechos sociales expropiados, hacia el cuestionamiento radical de los modos de ejercicio ciudadano y sus concepciones ideológicas” (1)
Era la manera de “expresar las demandas puntuales defensivas de un cuerpo social atormentado por las más brutales injusticias, represiones, expropiaciones y pérdida de resguardos y derechos”(2), a la vez que una búsqueda de relegitimar los espacios y representaciones democráticas. Hay un incipiente ejercicio ciudadano que se construye doblemente, como modo de revocación de la representación ejercida por sus dirigentes, pero a la vez como una re-vocación por la política.
Marca un punto de inflexión, después de una década de hegemonía neoliberal, desnudando la profundidad de la crisis. “Al cabo de casi dos décadas de instauración de la “democracia liberal” – señala Katz - en el país, el sistema representativo no ha conseguido ocultar el dominio económico que lo atraviesa centralmente, con consecuencias sociales monstruosas”.
Las luchas y protestas que por entonces se multiplicaban no eran fruto de la casualidad. La destrucción del aparato productivo, la extranjerización de la economía, el brutal saqueo por parte de los grandes grupos económicos; sumados al deterioro social que “desde el lanzamiento del Plan de Convertibilidad en 1991 multiplicó el desempleo un 200 %. Uno de cada cuatro hogares se encontraba en 1995 debajo de la línea de pobreza”. (3) “los pobres pasaron a más del 27 % en el 2000; en tanto que los indigentes duplicaron su número. Los desocupados y subocupados crecieron de 1.600.000 personas a más de cuatro millones en sólo una década”(4).
Entre Ríos era, en ese complejo y crítico 2001, uno de los principales focos de conflicto. La deuda del estado provincial trepaba a mil doscientos millones de pesos, el déficit operativo del estado alcanzaba los 232 millones. El atraso salarial para quienes percibían haberes del estado comprendía varios meses. El gobierno había dejado de hacer aportes al Instituto de Obra Social de la Provincia de Entre Ríos – IOSPER – que había declarado en septiembre “el estado de alerta sanitario”(5).
Diciembre de 2001 fue el mes record de la década en cuanto a la caída de ventas y que Paraná fue la ciudad donde más se sintió esa retracción con una merma del cincuenta y tres por ciento. La desocupación en Santa Elena, localidad del Departamento La Paz, superaba “el ochenta y dos por ciento”.
Concepción del Uruguay no escapaba a esa realidad. Desde Cáritas – institución elegida por la Secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad – se entregaban más de 500 bolsones de comida mensuales, cifra que se cuadriplicó en enero de 2002. Desde la provincia se asistía con distintos programas como el AFAC – Asistencia a Familias Carentes - a “1089 beneficiarios”. El PAM destinado a “la madre embarazada y su hijo en los dos primeros años de vida” alcanzaba a 250 beneficiarias mensualmente.
Los comedores escolares – alrededor de cincuenta atendidos por unos setenta cocineras - alimentaban “más de tres mil chicos en edad escolar durante el período lectivo y unos mil doscientos en época de receso estival” con un costo por comensal” de “cincuenta centavos”. Uno cada siete concurría a los comedores escolares, y un seis por ciento de ellos lo hacía todo el año.
La tarde noche del martes 18 de diciembre Concepción del Uruguay asistió a una verdadera explosión de furia colectiva. Miles de personas – entre cuatro y seis mil de acuerdo a fuentes policiales, tres mil según el Juez Federal Juan José Papetti se lanzaron al saqueo. De los sesenta y seis mil habitantes de la ciudad, un siete u ocho por ciento participaron activamente de los sucesos.
Quizás, tomando a Javier Auyero, podamos hablar de un movimiento de característica “Glocal”(6) – la ola de saqueos recién el día 19 se extendería por el resto del país –, más allá de la presencia cierta o fabulada de agitadores e instigadores llegados desde otros puntos de la provincia. “Glocal” en cuanto convergen en él, interactúan, fuerzas globales y dinámicas locales.
Un día duró la furia. Diez comercios entre supermercados, autoservicios y depósitos de alimentos fueron arrasados. Las fuerzas disponibles por parte de la policía provincial y fuerzas nacionales con asiento en Concepción del Uruguay se vieron desbordadas. Recién al anochecer del 19 la “normalidad” fue retornando, de la mano del estado de sitio y la virtual “ocupación” de la ciudad por parte de unas “recompuestas” fuerzas de seguridad.
Se recuperaron más de veinte mil kilos de mercaderías, se secuestraron veintiocho vehículos – autos, camionetas, camiones, carritos -; se detuvieron más de ciento sesenta personas, ciento veinte en la primer noche de saqueos, de las cuales sesenta y dos estuvieron detenidas hasta enero del 2002. Otras quince debieron cumplir arresto domiciliario. El caso más conocido fue el de Enrique Chimento, líder del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Concepción del Uruguay, sindicado como promotor de los saqueos.
En el Hospital zonal se atendieron más de treinta heridos, la mayor parte por balas de goma y ocho efectivos policiales debieron ser atendidos de acuerdo al parte de la propia Departamental de Policía. Los daños fueron valuados en alrededor de los cinco millones de pesos.
Volvamos a la tarde noche del martes 18 de diciembre frente a la puerta del supermercado Impulso. Unas trescientas personas, la mayoría mujeres con chicos, algunos carros, unas pocas motos y bicicletas, esperaban por bolsones de comida. Los supermercadistas se habían comprometido a entregar quinientos bolsones, insuficientes para acallar los reclamos. El municipio entregaría al otro día mil bolsones más, lo que pareció conformar a los voceros del grupo congregado frente al supermercado.
Finalmente nada sirvió. Poco después de las 21.00 volaron las primeras piedras, los insultos hacia los funcionarios políticos se multiplicaron por decenas y la presión de la gente superó el cordón policial. En pocos minutos las góndolas del supermercado quedaron vacías. Mujeres con chicos en brazos y adolescentes eran mayoría entre la heterogénea multitud que se llevaba como podía todo lo que hallaba a su paso.
La crisis mostraba su rostro más descarnado. La sociedad – no sólo en Concepción del Uruguay, sino a lo largo y ancho del país - finalmente “estalló... recuperó su instinto vital y repudió no sólo a un gobierno y a un modelo económico, sino al conjunto de la dirigencia política”(7).
Carlos Gabetta, en el editorial de “Le Monde Diplomatique” de febrero de 2002 lo decía con claridad. “el nudo de la crisis no es económico sino político... y la sociedad despertada en forma brutal de su sueño adolescente ha identificado de un día para otro a los responsables: la dirigencia política, sindical, corporativa... ha compartido con ella al menos un cuarto de siglo las premisas del modelo y ahora reclama los derechos perdidos”(8).
Altamirano definía muy bien esta encrucijada a la que fueron empujados millones por la ineptitud y la incapacidad de sus dirigentes al señalar “que por primera vez la política no es asistida por una visión teleológica de la historia, ni del progreso... la caída de la idea de futuro, asociada a la crisis de la idea de progreso, trastorna el modo en que habitualmente nos hemos representado la política” (9).
El 18 de diciembre los vidrios rotos del supermercado Impulso iniciaban un nuevo ciclo.
Las luchas y protestas que por entonces se multiplicaban no eran fruto de la casualidad. La destrucción del aparato productivo, la extranjerización de la economía, el brutal saqueo por parte de los grandes grupos económicos; sumados al deterioro social que “desde el lanzamiento del Plan de Convertibilidad en 1991 multiplicó el desempleo un 200 %. Uno de cada cuatro hogares se encontraba en 1995 debajo de la línea de pobreza”. (3) “los pobres pasaron a más del 27 % en el 2000; en tanto que los indigentes duplicaron su número. Los desocupados y subocupados crecieron de 1.600.000 personas a más de cuatro millones en sólo una década”(4).
Entre Ríos era, en ese complejo y crítico 2001, uno de los principales focos de conflicto. La deuda del estado provincial trepaba a mil doscientos millones de pesos, el déficit operativo del estado alcanzaba los 232 millones. El atraso salarial para quienes percibían haberes del estado comprendía varios meses. El gobierno había dejado de hacer aportes al Instituto de Obra Social de la Provincia de Entre Ríos – IOSPER – que había declarado en septiembre “el estado de alerta sanitario”(5).
Diciembre de 2001 fue el mes record de la década en cuanto a la caída de ventas y que Paraná fue la ciudad donde más se sintió esa retracción con una merma del cincuenta y tres por ciento. La desocupación en Santa Elena, localidad del Departamento La Paz, superaba “el ochenta y dos por ciento”.
Concepción del Uruguay no escapaba a esa realidad. Desde Cáritas – institución elegida por la Secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad – se entregaban más de 500 bolsones de comida mensuales, cifra que se cuadriplicó en enero de 2002. Desde la provincia se asistía con distintos programas como el AFAC – Asistencia a Familias Carentes - a “1089 beneficiarios”. El PAM destinado a “la madre embarazada y su hijo en los dos primeros años de vida” alcanzaba a 250 beneficiarias mensualmente.
Los comedores escolares – alrededor de cincuenta atendidos por unos setenta cocineras - alimentaban “más de tres mil chicos en edad escolar durante el período lectivo y unos mil doscientos en época de receso estival” con un costo por comensal” de “cincuenta centavos”. Uno cada siete concurría a los comedores escolares, y un seis por ciento de ellos lo hacía todo el año.
La tarde noche del martes 18 de diciembre Concepción del Uruguay asistió a una verdadera explosión de furia colectiva. Miles de personas – entre cuatro y seis mil de acuerdo a fuentes policiales, tres mil según el Juez Federal Juan José Papetti se lanzaron al saqueo. De los sesenta y seis mil habitantes de la ciudad, un siete u ocho por ciento participaron activamente de los sucesos.
Quizás, tomando a Javier Auyero, podamos hablar de un movimiento de característica “Glocal”(6) – la ola de saqueos recién el día 19 se extendería por el resto del país –, más allá de la presencia cierta o fabulada de agitadores e instigadores llegados desde otros puntos de la provincia. “Glocal” en cuanto convergen en él, interactúan, fuerzas globales y dinámicas locales.
Un día duró la furia. Diez comercios entre supermercados, autoservicios y depósitos de alimentos fueron arrasados. Las fuerzas disponibles por parte de la policía provincial y fuerzas nacionales con asiento en Concepción del Uruguay se vieron desbordadas. Recién al anochecer del 19 la “normalidad” fue retornando, de la mano del estado de sitio y la virtual “ocupación” de la ciudad por parte de unas “recompuestas” fuerzas de seguridad.
Se recuperaron más de veinte mil kilos de mercaderías, se secuestraron veintiocho vehículos – autos, camionetas, camiones, carritos -; se detuvieron más de ciento sesenta personas, ciento veinte en la primer noche de saqueos, de las cuales sesenta y dos estuvieron detenidas hasta enero del 2002. Otras quince debieron cumplir arresto domiciliario. El caso más conocido fue el de Enrique Chimento, líder del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Concepción del Uruguay, sindicado como promotor de los saqueos.
En el Hospital zonal se atendieron más de treinta heridos, la mayor parte por balas de goma y ocho efectivos policiales debieron ser atendidos de acuerdo al parte de la propia Departamental de Policía. Los daños fueron valuados en alrededor de los cinco millones de pesos.
Volvamos a la tarde noche del martes 18 de diciembre frente a la puerta del supermercado Impulso. Unas trescientas personas, la mayoría mujeres con chicos, algunos carros, unas pocas motos y bicicletas, esperaban por bolsones de comida. Los supermercadistas se habían comprometido a entregar quinientos bolsones, insuficientes para acallar los reclamos. El municipio entregaría al otro día mil bolsones más, lo que pareció conformar a los voceros del grupo congregado frente al supermercado.
Finalmente nada sirvió. Poco después de las 21.00 volaron las primeras piedras, los insultos hacia los funcionarios políticos se multiplicaron por decenas y la presión de la gente superó el cordón policial. En pocos minutos las góndolas del supermercado quedaron vacías. Mujeres con chicos en brazos y adolescentes eran mayoría entre la heterogénea multitud que se llevaba como podía todo lo que hallaba a su paso.
La crisis mostraba su rostro más descarnado. La sociedad – no sólo en Concepción del Uruguay, sino a lo largo y ancho del país - finalmente “estalló... recuperó su instinto vital y repudió no sólo a un gobierno y a un modelo económico, sino al conjunto de la dirigencia política”(7).
Carlos Gabetta, en el editorial de “Le Monde Diplomatique” de febrero de 2002 lo decía con claridad. “el nudo de la crisis no es económico sino político... y la sociedad despertada en forma brutal de su sueño adolescente ha identificado de un día para otro a los responsables: la dirigencia política, sindical, corporativa... ha compartido con ella al menos un cuarto de siglo las premisas del modelo y ahora reclama los derechos perdidos”(8).
Altamirano definía muy bien esta encrucijada a la que fueron empujados millones por la ineptitud y la incapacidad de sus dirigentes al señalar “que por primera vez la política no es asistida por una visión teleológica de la historia, ni del progreso... la caída de la idea de futuro, asociada a la crisis de la idea de progreso, trastorna el modo en que habitualmente nos hemos representado la política” (9).
El 18 de diciembre los vidrios rotos del supermercado Impulso iniciaban un nuevo ciclo.
1- Emilio Cafassi. “Olla a Presión. Cacerolazos, asambleas y piquetes sobre suelo argentino”. Libros del Rojas. UBA. Buenos Aires. 2003. Pg. 79
2 -Ibidem. Pg. 88
3- A. Barbeito y R. Lo Vuolo. “La Modernización Excluyente”. Losada 2002. Buenos Aires. Pg. 73
4 -R. Aronskind. “Más cerca o más lejos del desarrollo?. Transformaciones económicas de los noventa”. Libros del Rojas. UBA. Buenos Aires. 2002. Pg. 28
5- Declaración del Directorio del Instituto de Obra Social de la Provincia de Entre Ríos. “Diario UNO”. 18 de septiembre. Pg. 4
6- Javier Auyero. “La Protesta. Retratos de la beligerancia popular en la Argentina democrática”. Libros del Rojas. UBA. Buenos Aires. 202. Pg. 15
7- Carlos Gabetta. “La casa de todos”. Le Monde Diplomatique. Año III. N° 32. Febrero de 2002. Pg.3
8-Carlos Gabetta. “La sociedad dio un grito”. Le Monde Diplomatique. Año III N° 31. Enero de 2002. Pg.2
9- Carlos Altamirano. “Debates sobre políticas e ideas”. Revista Punto de Vista. Diciembre de 1998. Bienos Aires. Pg. 22
2 -Ibidem. Pg. 88
3- A. Barbeito y R. Lo Vuolo. “La Modernización Excluyente”. Losada 2002. Buenos Aires. Pg. 73
4 -R. Aronskind. “Más cerca o más lejos del desarrollo?. Transformaciones económicas de los noventa”. Libros del Rojas. UBA. Buenos Aires. 2002. Pg. 28
5- Declaración del Directorio del Instituto de Obra Social de la Provincia de Entre Ríos. “Diario UNO”. 18 de septiembre. Pg. 4
6- Javier Auyero. “La Protesta. Retratos de la beligerancia popular en la Argentina democrática”. Libros del Rojas. UBA. Buenos Aires. 202. Pg. 15
7- Carlos Gabetta. “La casa de todos”. Le Monde Diplomatique. Año III. N° 32. Febrero de 2002. Pg.3
8-Carlos Gabetta. “La sociedad dio un grito”. Le Monde Diplomatique. Año III N° 31. Enero de 2002. Pg.2
9- Carlos Altamirano. “Debates sobre políticas e ideas”. Revista Punto de Vista. Diciembre de 1998. Bienos Aires. Pg. 22