Por Orlando Barone
Este recuerdo pertenece a mi memoria personal; es intrascendente fuera de mi, pero el protagonista memoriado me trasciende. Es Haroldo Conti, escritor. Desapareció a los dos meses que comenzó la dictadura que hoy se devela, se denuncia y condena.
Por el año 1969 vino a dictar un curso de narrativa al Instituto de Ciencias en la calle Viamonte, en el Once, dirigido por el ecólogo Rodolfo Carcavallo.
Conti ya había ganado el premio Fabril con su novela “Sudeste”. Luego escribiría “Alrededor de la jaula”, “Mascaró” y “ La balada del álamo Carolina”.
Cuando Haroldo entró al aula nos pareció retraído, callado. Desde la arrogancia juvenil de aspirantes a escritores no lucía como otros, nimbados -a veces injustificadamente- de solemnidad o divismo. Era, lo que se dice con ligereza visual, un hombre cualquiera. Un hombre. Ni siquiera llevaba anteojos de sabio ni tricota negra de cuello alto al estilo existencialista de la época.
Después de algunas clases, ese tipo prejuiciosamente desvanecido por nosotros, se fue revelando. Y nos transmitió, sin decirlo expresamente, que ese modo contenido y modesto le venía de su paso por el seminario religioso, de su origen rural chacabutense, y de su proclividad a la introspección y a la naturaleza, y de su compromiso con los desprotegidos. Amaba el Delta. En una de sus islas, aislado unos años, escribió “Sudeste”, y creó un personaje rudo, corporal y metafísico inolvidable: “El Boga”. Ese cortador de juncos /“de ojos de pez moribundo”/ como lo describe Haroldo acaso describiéndose anticipadamente a si mismo.
“El Boga” quien paradójicamente se escondía del mundo a cielo abierto navegando y pescando en el río.
Así que hoy cuando la sociedad argentina se ancla en la memoria, en la recordación de las matanzas que produjo el Estado y que todavía no pocos niegan, busqué a Haroldo Conti en mi y lo encontré enseguida. Y sin tener que revolver entre tantos recuerdos fatuos o inútiles. El estaba, está ahí, intacto, como maestro. Y al encontrarlo es como si estuviera aplicando, más de cuarenta años después, una de sus enseñanzas, cuando en una de sus clases nos dijo esta frase de San Agustín:“ La memoria es el vientre del alma”.
Dijo eso mientras nos decía que la memoria estaba desmerecida por la costumbre de creer que solo era esa memoria retentiva que se ufana en memorizar teléfonos, calles y datos anecdóticos. Decía que privilegiamos tener buena memoria, aprender de memoria, repetir de memoria, en lugar de dejar que la memoria nos memorice en aquellos rastros que aún sin ver seleccionamos y elegimos.
Citaba al filósofo Bergson que sostenía que “la memoria no consiste en regresar del presente al pasado, sino, por el contrario, consiste en el progreso del pasado al presente”.
Es lo que estamos haciendo hoy quienes somos selectivos. Elegimos este tramo de la memoria aunque nos duela. Recordar -se sabe- es “el sentir de haber ya sentido”.
En aquella clase de narrativa todos quienes estábamos ahí sentimos a Haroldo Conti y tanto tiempo después sentimos haberlo sentido.
Disculpen esta anécdota personal. Es que la memoria no es un capricho vulnerable a cualquier borrador: es más inexorable que la forzada pretensión del olvido.
Nuestra sociedad lo sabe, no de memoria sino por la memoria.
Pero qué extraordinaria permanencia de un escritor Desaparecido.
Carta abierta leída por Radio del Plata, el 24 de marzo de 2010, a propósito de conmemorarse hoy el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia.
Felicitaciones "Apunerparatodos" por difundir estos artículos. Muy buenos. Y si quieren mas de Orlando Barone, todos los días en 678, en el canal publico, da sencillas clases de humanidad y ciudadanía.
ResponderBorrarSaludos