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sábado, 9 de octubre de 2010

POESÍA: Hugo Luna


Prefiero el silencio

Prefiero el silencio: en él
Caben todas las voces
Estuve sentado al borde de una acequia
Me repara aún lo que antecede
A su inquietud
Debo haber tenido una madre muda
Habrá sido la inspiración de su palabra
Lo que depositó en mí su sarro
La borra del silencio
Vuelvo a ser aquella falta, aquel
Modo en que lo que hay
Sólo puede ser oído por la ausencia
Completa oquedad
Soliloquio de la luz
En hermandad con la secreta sombra
El silencio revela su poder cuando los corazones
Pueden escucharse como las estrellas



De dónde

De dónde viene esta pausada nube
Si el viento va para otro lado
Si no hay en su cresta ni algodones
Ni rojos de sangre ni amarillos de arena
Qué hace todo este paisaje abstracto aún
Antes de recordar su forma
Dice más que el misterio lengüita orográfica
De sus quince conserva el encaje
Si la miro hace la mueca tolteca
Si la escucho entiendo lo que es el silencio
Ya no sé si está adentro o afuera
No sé si hay un afuera más allá de los árboles
Que se mueven con sus lenguas encendidas de verde
No sé si hay un adentro más acá de la nube
Que llega como en sueño
Con su historia del mundo y del agua aún blanca
De dónde viene de dónde esta nube pausada



Anotaciones: la mujer

La mujer entra o sale de la casa. La casa jamás quedará vacía. La casa es un vientre. “La casa se estrechó contra mí como una loba, y por momentos sentía su aroma descender maternalmente hasta mi corazón” dice Bachelar. La casa guardará el orden femenino sutil, la pipa –es decir su opuesto- será depositada en su caja, no la caja de la casa sino su caja propia como testimonio del efecto de la memoria. La mujer una vez grabó en humo lo que mejor perdura de una promesa. Ella es la promesa y será buscada deseada por los labios por el aire por lo que se ausenta.

La mujer es la madre. Ha trabajado mucho para ello. Mira a su hijo que no es precisamente su espejo. Sabe las diferencias. Recoge su cabello pero no es el único gesto reparativo que tiene con lo que cae, con lo que empuja el viento. Todo lo que hay en ella le pertenece. Por eso ofrece. Quien está frente a ella tiene que saberlo.

La mujer cruza lentamente la calle. No es una coquetería, es una templanza del tiempo. Muchas de las banderas que ahora son jirones sobre los cables, sobre las antenas, sobre las copas de los árboles, sobre los edificios derrumbados o nuevos, sobre los carteles comerciales, fueron estandarte. La mujer no termina nunca de cruzar la calle y en esa militancia, en ese traveling lento, reconstruye.

La mujer es lo que yo llamo la espalda. Sólo la espalda. Lennon decía que es el negro del mundo. Las cuestiones de género han dejado en el tiempo a la vieja Grecia y sus pensadores poco amables. Si el eje se corriera por un momento –lo que sería una vida y toda otra vida de trabajo- las cosas no serían antinómicas y no necesitaríamos una ley para que pudiera ocupar cargos públicos. La mujer le digo a la Lispector, a la Duras, a Alejandra Alejandra debajo estoy yo Alejandra. La mujer le digo a Nenúfar. La mujer le digo a lo que guardo en el silencio, no por el pudor de la privacidad, sino por la fragilidad de los corazones.

La mujer entonces, finalmente, inicia también la palabra. De un puro nacimiento, de prodigado cuerpo. La palabra la leche el amamantamiento. La primera palabra antes de que la palabra diera inicio a su fonética aventura. El lenguaje invocado por el latido. La mujer juntó del tendedero las sílabas que ha prestado al viento. La mujer ha estado mucho tiempo callada y antes de abrir todas las ventanas, todas las puertas, todos los grifos y las botellas y los mensajes y los asombros ha sentido un sigilo, una idea como un sigilo que nos llena de esperanza. La mujer cierta como el humo o la niebla. Bella como la luz del día.
















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