(APe).- A los 87 años, después de 17 novelas, murió José Saramago, y el Dios en quien él no creía debe de haberse puesto un poco triste, de ahora en adelante el mundo, su obra, ya no será como antes, ha perdido al hombre que sabía contarlo todo, hasta lo que Dios no quería que se contara.
Saramago era ateo, tal vez por eso leyó los Evangelios, y los leyó tan bien que encontró resquicios por donde entrevió verdades increíbles. La más conmovedora de ellas fue sin duda la revelación del crimen de José, el padre de Jesús.
Dice Saramago en El Evangelio según Jesucristo que después de la matanza de los inocentes un ángel con pinta de pordiosero se le apareció a María, no para traerle buenas noticias sino para anunciarle que José había cometido un crimen imperdonable.
María, espantada, le contestó que su marido era un hombre bueno.
Un hombre bueno que ha cometido un crimen, dijo el ángel.
¿Cuál?
El egoísmo y la cobardía que ataron los pies y las manos de las víctimas: todos los niños asesinados en Belén.
José, que se enteró de la orden de Herodes antes que sus vecinos, según el ángel, según Saramago, pudo haber avisado en la aldea que los soldados venían en camino para matar a los niños, y así habría habido tiempo suficiente para que los padres los escondieran o escaparan con ellos a Egipto. Pero no lo hizo. No por maldad, preocupado por salvar a Jesús, no se le ocurrió pensar en la salvación de los otros.
Eso le dijo María al ángel: Perdónalo, no se le ocurrió.
Y él le contestó: Imposible. No soy un ángel de perdones.
Para José todo cambió después de la masacre. Aquella misma noche se soñó soldado. Armado con escudo, lanza y puñal cabalgaba hacia Belén con la misión de matar a su hijo. Se despertó llorando y comprendió que no sólo había sido verdugo en el territorio de los sueños. Hasta el último instante de su vida cargó con esa culpa.
Ya no recuerdo quién fue el que dijo que en el interior de las iglesias no sentimos la presencia de Dios sino su falta, el peso terrible de su ausencia. Algo así pasa con Saramago y su obra. Ahora él ha muerto y según su evangelio, el alma que tuvo ya no existe, sin embargo el mundo en el que vivió no volverá a ser el mismo después de su palabra.
Como el José de su novela, ahora todos sabemos que no habrá ángel de perdones para Herodes ni para sus verdugos, pero tampoco lo habrá para los que pasen por la vida sin que se les ocurra hacer nada por los otros, ni siquiera avisar en la aldea que los soldados vienen por sus hijos.
Por Miguel A. Semán
Viernes, 25 de Junio de 2010
Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar
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