Un encuestador se acerca y le pregunta cómo se siente respecto de sus problemas. El paciente dice que le preocupa tremendamente la fiebre, pero que la infección generalizada no le molesta demasiado…
“¿¿¿Y el cáncer???”- pregunta el entrevistador.
“Ah, cierto… el cáncer… Nah, eso es lo de menos. Cuando me baje la fiebre veré que hago con eso”.
Esta situación inventada podrá parecerles un disparate, pero es exactamente en lo que salí pensando yo el otro día de las oficinas de Ipsos-Mora y Araujo, donde me invitaron a la presentación del último sondeo de opinión pública en Argentina.
Allí, Manuel Mora y Araujo, entre muchos otros datos, nos contó que en un estudio realizado en Junio de 2009 ante la pregunta de “Cuál es el mayor problema del país”, las respuestas fueron:
- Inseguridad/Robos/Delincuencia: 70%
- Falta de Trabajo: 57%
- Educación: 30%
- Economía: 21%
- Salud: 17%
- Pobreza: 15%
- Salteo acá varias…
- Corrupción: 7%
Dentro de las respuestas, marqué con negrita tres, porque son las que despertaron en mí la analogía de arriba. Los argentinos somos como ese paciente que lamenta amargamente el síntoma que padece (la inseguridad), lamenta superficialmente su causa más directa (la pobreza) y considera casi irrelevante la “enfermedad” que está detrás de todo y genera el cuadro que padece (la corrupción).
Uno imaginaría que ningún paciente puede ser tan estúpido como para dar las respuestas imaginarias de arriba. Y sin embargo nuestra lectura del “mal” que aqueja a nuestro país es así de miope y pobre.
Ojo que cuando hablo acá de corrupción no estoy hablando meramente de la corrupción política. Estoy hablando de eso, pero de manera más general al uso ilegítimo de cualquier forma de poder (en el sector público o privado) para obtener prerrogativas personales a costa de todo el resto de la gente. Estoy hablando del triunfo absoluto de la salvación individual en desmedro del sacrificio que significa cualquier proyecto colectivo.
Estoy hablando, sí, de quien utiliza la función pública priorizando todo tipo de metas propias por sobre la “responsabilidad pública”, pero también de las miserias cotidianas como “tirarle unos mangos a un cana” por pasar una luz roja, pasar a todo el tráfico parado por la banquina, amarrocar el Tamiflu necesario para el uso personal ante el peligro de no conseguirlo (acto corrupto del que me confieso culpable) o la evasión impositiva hormiga todos los “Don Carlos” que se amparan en que “la cosa está dura” para priorizar su bolsillo al de la gente que trabaja con ellos o al erario público, vendiendo sin factura, teniendo empleados en negro o inventando gastos de la empresa.
(Queda para otro día la reflexión sobre el HORROR de un aviso oficial del gobierno como ese, legitimando la evasión cuando “la cosa está dura”).
“Muchas gracias por su respuesta” – se despide el encuestador.
“Faltaba más.” – dice el paciente, mientras llama a la enfermera pidiendo otro ibuprofeno y sueña con que se invente un antifebril más efectivo.
Por Santiago Bilkinis
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