A continuación, el texto completo de la última columna escrita por Félix Luna en lanacion.com, publicada el 30 de octubre de 2008 con motivo del 25º aniversario de la democracia en la Argentina.
Venía yo de La Rioja con mi familia después de pasar unos días de descanso allí. Hicimos un alto en Córdoba en la casa de una parienta de mi mujer. Para cortar el viaje con algo grato les dije a todos los presentes que los invitaba a tomar un helado: de inmediato, una criadita de la casa donde estábamos- diez años a lo sumo-, salió como una flecha, abrió un bargueño, sacó algo y esperó a bajar con todos a la heladería.
Esto ocurría en el verano de 1978 y en un primer momento no advertí qué es lo que la chiquilina había sacado del mueble. Después me di cuenta: era su documento de identidad. Atención: la heladería en cuestión quedaba a media cuadra, estábamos en el centro de Córdoba y serían las cuatro de la tarde. Pero indudablemente la muchachita aquella tenía internalizada la obligación de llevar encima el documento, no más poner los pies en la calle aunque fuera por unos minutos.
Era uno de los tantos efectos de la dictadura entonces vigente. Hoy ni a aquella chinita ni a nadie se le ocurriría llevar su DNI para bajar a la calle. Pero en aquella época era lo normal, por lo menos lo que se esperaba de la gente. Este estado de sospecha, de vigilancia permanente, había calado hondo en la sociedad, imponiendo una sumisión que, para los gobernantes de la época, era sinónimo de orden. Todos estaban bajo sospecha, todos sabían que estaban bajo sospecha y esta sensación no era la menor de las consecuencias de la dictadura.
Así se estaba modelando una sociedad sumisa y pusilánime, preparada para apoyar cualquier aventura promovida desde el poder. Después de 25 años de vivir en democracia -aunque, lo reconozco, llena de defectos- digo que prefiero esta sociedad de ahora, protestona, tumultuosa y ardua a aquella que obligaba a una chiquilina de diez años a andar con su documento como un salvoconducto dentro de una ciudad sitiada.
Esta fue la sensación que tuve cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia y restauró la democracia con ese sólo hecho.
Por Félix Luna para La Nación
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/
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