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viernes, 20 de noviembre de 2009

OPINIÓN:
El éxito del miedo


Desde que la ciencia logró disminuir el dolor físico hasta casi el umbral de la abolición, el ser humano se hizo más cobarde. La palabra es fuerte pero no injusta. Cobarde quiere decir: sin valor. Cualquier comparación con el mundo precedente ubica a esta civilización cada vez más alejada del sufrimiento corporal y biológico. Sobre todo entre aquellos que poseen las formas de conseguir la mejor medicina y que ya extrañan hasta cómo será sentir-salvo fugazmente- un dolor de muelas. Basta imaginar que la trepanación de cerebro se hacía a cráneo vivo y que para extraer una lanza se abría aún más la herida a cuchillo untado algún yuyo. Una amputación era un serruchamiento de carne y hueso, todo junto, y en el campo de batalla la cirugía se hacía con el instrumento desafilado y con un esparadrapo en la boca del paciente para no expandir sus aullidos. Si hoy hasta las penas de amor se han relativizado en el diván del psicoanalista. No hablo del copioso vademécum de analgésicos y de sustancias para el olvido.

Es lógico que a este acobardamiento de época le corresponda el discurso del miedo. Y esto va más allá del aprovechamiento-aprovechamientismo- intencionado que pueda hacerse acerca de la inseguridad callejera, o de la intensificación macabra de los hechos. El mensaje de causar miedo a todos a partir de tragedias individuales tiene una fertilidad y propagación extraordinarias. A mi mismo me da miedo de tener que arrepentirme dentro de un rato como víctima de esto que digo. Pero lo digo. Esta sociedad- nosotros- tan poco proclives a estar de acuerdo colectivamente en cuestiones políticas, económicas o morales, sin embargo estamos de acuerdo en unirnos en el temor. Coincidimos en transmitirnos el pánico casi como una correspondencia social donde nos contamos situaciones de miedo. Hay hasta una moda que estimula a alguna gente a sentirse obligada a contar como una aventura el escamoteo de un celular para no sentirse menos que otra cuya anécdota suena más fuerte. A veces se cuenta algo que le pasó a otra persona para no quedar afuera del entretenimiento del miedo. Es que la cobardía, que antiguamente era una manifestación de pudor y deshonra, hoy es una característica que se expresa hasta con inflamada arrogancia. El cobarde se asusta tanto que quiere matar hasta a su sombra si la sombra lo asusta. Y cuanto más buena vida, mejor confort, y más seguridad tenga el asustado, y más lejano del dolor físico viva, más aterrado se siente.

Los medios incorporaron la inseguridad como un nuevo género. Y muy redituable teniendo en cuenta la fertilidad del mercado: nosotros. Lo cierto es que el miedo gana y sus causas ya no pueden ser discutidas. Valen los hechos y los hechos son los muertos. Por más que a través de cifras y parámetros internacionales se sepa que la inseguridad en la Argentina es de las menos significantes de América nadie quiere asumirlas. Los funcionarios y técnicos saben que cualquier dato que desmienta la creencia se rechaza automáticamente. El intento de estudiar causas económicas y sociales desmerece al que lo intenta por teórico y blando. Incluso hay aquí índices de criminalidad menores que en algunos Estados de Norteamérica. Pero no sirven. Porque cuando se oye el grito de dolor o de miedo de una víctima es la única estadística que vale. Esa verdad que nos tranquilizaría, es el inconveniente. No se quiere que la realidad de las estadísticas menoscaben este éxito del miedo.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 16 de Noviembre de 2009 en Radio del Plata.



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